Seguramente suena irracional; cuando lo conversé con una amiga, más temprano, me dijo básicamente que "¡vaya hombre!" y "no sabía que tenías esos gustos..."
Y no, no es que de pronto me haya dejado de gustar la carne semicruda, y quiera comer espárragos orgánicos de ahora en adelante. NO. Pero resulta que estoy en el borde mismo de caer en mis propias garras gracias a un par de zapatitos rojos.
Y no es que no se viera linda. Si lo estaba, muy guapa. Pero sus zapatitos me mataron.
No se trata de una fijación, pero es como buscar ese detallito. Ese que significa que de alguna manera se tomó dos minutos más para ver qué combinaba con qué, porque resulta que salía contigo esta tarde.
No es esta la aventura de la semana anterior, simple juego de palabras y vaguedades que nunca llegará a nada -y es una pena que no lo haga-: este es un cuento antiguo, que tuvo una buena cuota de incertidumbre, y dolor, y otras cosas más. Un algo que tal vez no debe regresar. Y aún estoy a tiempo de arrepentirme y dejar todo de lado, y no hacer nada de nada más...
...pero ¿cómo oponerse cuando gusta tanto? Ni siquiera sé exactamente qué es lo que gusta tanto. Hace un buen tiempo, mientras trabajaba, llegué a un lugar donde por casualidad estaba alguien que tiene cierto parecido con esta niña de zapatitos rojos. Recordé no las razones, no pude encontrarlas; recordé de inmediato lo que me hizo sentir la primera vez que la miré a los ojos. La primera vez que no encontré un cristal vacío, sino un par de pupilas chiquitas, contraídas, que no se hicieron de lado y se quedaron viéndome.
No voy a pegar esto en mi muro del Facebook, como suelo hacer.
Tal vez lo encuentre, y no quiero que llegue tan fácil a esta idea. Mejor, mucho mejor si no lo hace aún.
Necesito estar seguro de lo que haré. Porque a veces un par de ojos hermosos me matan, pero cuando vienen caminando con un par de zapatitos rojos....
Me hacen postear estas cosas.
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